miércoles, 19 de septiembre de 2018

MIEDOS Y PROFANACIÓN

Por HERMANN TERTSCH
El País  Martes, 20.03.07

COLUMNA

Angela Merkel, la canciller de Alemania, ha ido a Polonia a contarles a las autoridades de Varsovia, encabezadas por los gemelos Lech y Jaroslaw Kaczynski, presidente y primer ministro de esa gran nación centroeuropea, que debieran abandonar una actitud de adolescentes embarcados en conflictos inútiles y cruzadas ridículas, nos crea disgustos a todos en la OTAN, en la UE, en las relaciones transfronterizas y en la proyección de Polonia en el mundo que desde los años ochenta hasta que ellos llegaron ha sido perfectamente inmaculada. Ha ido a decirles que no vivan de la revancha ni el miedo. Merkel tiene razón en intentar tranquilizar a uno de los gobiernos más miedosos y revanchistas de Europa. Dicen que tuvo éxito y los Kazcynski empiezan a comprender que no inventaron el mundo, que otros construyeron una magnífica Polonia democrática y que el hecho de que ellos todo lo ignoren no significa que nada exista. Pero todos los revanchistas e insuficientes viven ante todo el miedo.
Merkel es una personalidad sorprendente, lo ha demostrado, en su capacidad de transmitir mensajes no gratos y con limitación manifiesta de daños. Quienes la infravaloran lo pagan. En política interior y exterior. Lo hace mejor que sus compañeros de partido en la CDU y CSU, mejor que sus colegas de coalición del SPD y por supuesto que muchos de sus aliados europeos por no hablar de su gran aliado atlántico, Washington, que vuelve a lanzarse a una ofensiva de enredo con esta ocurrencia de su escudo antimisiles que tendría que haber presentado durante muchos meses bien en Europa para convencer a aliados tan quemados y recelosos de que valga la pena el empeño. No es que Polonia y Chequia no tengan razón porque motivos hay para crear paraguas antimisiles en diversas partes del mundo contra países con malas intenciones. Pero la insondable torpeza de Washington en buscarse un apaño económico con dos aliados ex miembros del Pacto de Varsovia para unas instalaciones militares sin hablar previamente con el resto de la OTAN y por deferencia con Rusia, no deja de generar problemas. The lame duck que es este presidente en sus dos últimos agónicos años resulta terrorífico cuando se embarca en soluciones imaginativas. Es algo así como la sinrazón compulsiva. "No le da la cabeza". Y la terrible caricatura que comienza a cristalizar de los errores propios de Washington, de miserias, deslealtades y precauciones europeas además de las consabidas ofensivas de la mala fe sistemática que quienes gozan de nuestro sistema solo desde la vocación de destruirlo nos llevan a una sola consecuencia que es la acción y reacción por miedo. El escudo de misiles y la resistencia al mismo son miedo al miedo al miedo del miedo. La OTAN dice que no es cuestión suya, la Unión Europea niega saber nada, los Estados miembros dicen que decidan otros y Rusia se siente como una muy cómoda dama ofendida cuando en realidad debiera estar en el punto de mira de todas las críticas por sus sistemáticos abusos, estos últimos meses en aumento, en sus ventas y glorias del cambalaches nuclear y armamentístico con los peores enemigos de las sociedades libres.
Mucho vuelve a moverse exclusivamente por el miedo en las sociedades desarrolladas también, entre ideologías y entre países. El miedo retorna para beneficio de los peores. Los daños miden en tragedia individual o abismo cultural o metafísico e inabarcable. La topografía del terror debiera estarnos gravada con el mensaje sagrado de la renuncia a la venganza como la negación total a la impunidad y la injusticia. Pero de nuevo en horas estelares de profanadores, resulta melancólico recordar a Isaac Spielrein, revolucionario bajo ese Lenin que evocaba el candidato socialista por Madrid el sábado, fundador de la psicotécnica en la URSS que criticaba poco a su jefe Alexei Gastew, que quería hacer de todos los seres humanos con el plan de la Maschinisazija, la mecanización del obrero y ser humano, a base de miedo. Lo ejecutaron el 26 de diciembre de 1937. Por un error a la hora del cálculo del miedo. Merkel ha viajado a Polonia a quitar miedo. Se le agradece porque otros sólo se dedican a multiplicarlo.

DJINDJIC, DAHRENDORF, TRISTEZA Y DIGNIDAD

Por HERMANN TERTSCH
El País  Martes, 13.03.07

COLUMNA

Lord Ralf Dahrendorf, el gran intelectual vivo que ha protagonizado la insólita transmutación de llevar válido equipaje germano reflexivo al laboratorio británico es probablemente el personaje más sabio que anda libre por el continente europeo. Realmente libre. Respetado hasta por sus peores enemigos y contándonos las cosas de forma ordenada sin hundirse en aspavientos ni pantanos de autocondescendencia y pretenciosidad posmoderna, Lord Dahrendorf nos da más clases de vida europea que todo el ejército tontuno, romo y harto de grotesca información de burocracia de sí mismos.
Llega ahora un libro de Dahrendorf en castellano, cuando se cumplen tres años de la tragedia madrileña del 11-M y cuatro años de un drama terrible de la Serbia contemporánea. Casi 200 muertos dejan a esta España rota y abierta por voluntad ignota y un muerto, un solo muerto bien elegido, como suele suceder en esta región inhóspita, rompe una trayectoria de liberación tan deseada por muchos serbios como insospechada para otros. Serbia merecía a un hombre como Zoran Djindjic porque más que casi ningún país merecía dejar de sufrir y encontrar algo de paz consigo misma y saber que lo había logrado por mérito propio. No pudo ser. Esa es la tragedia y el triunfo de todos los fantasmas.
La cara limpia de la Europa nueva no puede existir sin los Balcanes occidentales. Y Serbia es su corazón. Si Dahrendorf hubiera compartido vida en la Serbia de Milosevic, de Djindjic, de Stambolic y Draskovic, habría sido el primero en correr la triste suerte del desaparecido. Stambolic y Djindjic murieron porque, vagamente, pensaban del mundo como el lord pensador. Los asesinos y los amigos de Djindjic que evocaron ayer en Belgrado su figura saben bien quienes son los auténticos enemigos de la sociedad abierta. Son conscientes de que no son ni el Tribunal de La Haya ni quienes son inflexibles ante el terrorismo y el crimen. Son los fanáticos que se nutren del odio a la sociedad libre. Y los débiles que creen posible aplacarlos y buscar fórmulas de convivencia entre el crimen y la voluntad libre. Y quienes vuelven a preparar proyectos de experimentación social en contra del individuo que ya en el siglo pasado fueron causa del crimen generalizado.
Dahrendorf sabe hablar de Europa, de los Balcanes y de Serbia. Y deja claro en esta nueva obra que su gran objetivo es declarar de nuevo la historia abierta. Sin solución ni predeterminación. Trágica, misteriosa y amenazante. La historia renace, no concluye. Vuelve y plantea terribles interrogantes. Con más profundidad que tantos británicos frívolos y de moda que coquetean con los dramas del siglo XX como del XXI. Fitzroy Maclean, elegante demócrata, se sintió muy cómodo con el crimen comunista y titoista en Yugoslavia que consideraba compatible con las conveniencias de Europa occidental. Peter Kemp, otro gran guerrero británico, era enemigo de la dictadura nazi y comunista por igual y jamás se pensó libre sabiendo esclavos o víctimas a otros. Éste es el problema y la diferencia. Conocí a ambos. Ambos caballeros, pero Kemp no está de moda. Maclean siempre lo estuvo.
Hace un año murió Slobodan Milosevic, el mayor asesino en Europa desde la muerte de la generación posestalinista de criminales. Dahrendorf, Kolakowski, Bauman, Ignatieff, Sloterdijk. Son el pensamiento vivo que queda a la sociedad y al individuo para denunciar las trampas que tiene la vileza. Tienen mucho que ver con la triste muerte de un Djindjic que podría haber abierto las carnes a la sociedad muerta de Serbia. Guardará ésta mucho luto por el fracaso de lo que pudo ser la ruptura con su triste pasado. Hay axiomas que no entiende el adanista que cree inventar el mundo porque nada sabe. Berlin y Haffner, Popper y Hajek y aquí muy cerca ya en el tiempo nuestros compañeros de viaje Dahrendorf y Kolakowski, Havel y Michnik, saben cual era la apuesta de felicidad y libertad que han deseado tantas gentes muertas como Djindjic que quisieron libertad plena y verdad y nunca armonizar con la amenaza del crimen. Con dignidad.

TUERTOS OBCECADOS

Por HERMANN TERTSCH
El País  Martes, 06.03.07

COLUMNA

El relativismo moral del izquierdismo europeo pretende hacer de Castro un estadista decente
Decíamos ayer..., y caemos en esa insufrible pero frecuente costumbre de tantos de citarse a sí mismos, con o sin pretexto de fray Luis de León. Decía el 24 de agosto de 1994, hace casi trece años, en un artículo titulado Los obcecados, que "en España siguen aún algunos empeñados en defender su último laboratorio social, su terrárium caribeño para experimentos con seres vivos". Hablaba sobre el doloroso hecho de que en Cuba, el régimen de Fidel Castro, ese triste Ceausescu de las Antillas, se había convertido en trágica excepción, pura astracanada, cuando en Europa el comunismo caía al basurero de la historia bajo la ofensiva de una revolución democrática. El muro de Berlín era escombros y los tenebrosos aparatchiks, líderes del Pacto de Varsovia, cuya única legitimidad era el miedo, eran ya caterva liquidada, unos depuestos y otros muertos.
Lamentaba entonces que en el seno de las democracias camparan, sin ninguna vergüenza, los defensores de aquella ideología totalitaria redentora, la que más víctimas había generado en la historia, aún más que el totalitarismo único que siempre será el nazismo. Algo no funciona moralmente en quien ve en Joseph Mengele un monstruo y en Laurenti Beria un simple amigo de Santiago Carrillo. La experimentación social izquierdista nunca ha sido tan condenada como la nazi, por lo que siempre se corre el riesgo de que sea rehabilitada. Como en Cuba. Cuando los comunistas defienden la experimentación en Cuba, no sólo defienden a Castro; también exoneran a Mengele. Nunca derrotados en guerra, los comunistas acabaron viendo la caída del muro de Berlín como un accidente. Eso salvó al régimen de Castro. Y hundió a Cuba por tres lustros más. Eso y todo ese ejército de colaboracionistas con las dictaduras comunistas que nunca fueron juzgados por las democracias como aquellos que se vendieron al nazismo o al fascismo. Son legión desde hace décadas esos que perseguirían a Pinochet o a Stroessner, sus hijos o nietos, más allá de la tumba, pero jalean a Castro, un déspota que acumula crímenes cuyas víctimas multiplican en mucho a las caídas bajo las dos dictaduras mencionadas. Los antifascistas defensores del último gran fascista de la América Latina.
Ralph Giordano, escritor, guionista, intelectual judío alemán, víctima del nazismo, comunista emancipado de su ideología liberticida, gustaba llamar a los obcecados la "Internacional de los tuertos". Se refería a quienes viven cómodos en democracias, pero jalean con impudicia méritos de regímenes comunistas como el de impedir la huida a sus súbditos, perseguir con pena de muerte a quienes desafían sus órdenes absurdas y, ante todo, cosechar miseria. Estos "tuertos obcecados" son los defensores a ultranza de sistemas que no soportarían para sí mismos, pero con los que colaboran y trafican visados y favores, coches, bonos y boletos, contactos, puros habanos y souvenirs. Forofos de la libertad parecen resignados a medrar de la necesidad, la humillación y la falta de libertad de los cubanos y sus hijas.
Entonces creíamos que la pesadilla acababa también en Cuba. No. Hay menos resignados y más irredentos. Con dinero venezolano, apoyo en La Paz, en Caracas, en Buenos Aires, Quito y Madrid, tienen un lema revitalizado: "El mal es Occidente". El relativismo moral del izquierdismo europeo actual hace del criminal agonizante Castro un estadista decente; del fanático muerto Che Guevara, un mito, y de los etarras muy vivos Otegi y De Juana, "hombres de paz". Si en su día Sajarov era un saboteador, hoy es el demócrata cubano Carlos Alberto Montaner un "terrorista", y todos los que no digieren el mencionado relativismo, unos "fascistas con aguiluchos". No es buen balance.

LA CULPA Y EL LUTO

Por HERMANN TERTSCH
El País  Martes, 27.02.07

COLUMNA

Gentes tan variopintas como Vojislav Kostunica, Peter Handke, Vojislav Seselj, Vladímir Putin y Ratko Mladic pueden quizá felicitarse de la parte de la sentencia de la Corte Internacional de Justicia de La Haya que exonera a Belgrado de pagar reparaciones por genocidio a Bosnia-Herzegovina al no reconocer una responsabilidad directa de los organismos del Estado de lo que era la República Federativa Yugoslava en la matanza de Srebrenica en el verano de 1995. No deben sentirse solos. Todos los que desean que los Balcanes occidentales se conviertan en una región de paz y prosperidad están de acuerdo en que es absurdo pedir a Serbia unas indemnizaciones que no podría pagar y sólo alimentarían el victimismo del fracaso y del odio. Serían, a escala balcánica, tan absurdas y dramáticamente contraproducentes como lo fueron las demandas de reparación hechas a Alemania en Versalles. "¡Serbia culpable!", "Serbien muss sterbien", rezaba en siniestro juego de palabras el lema de movilización en las primeras semanas de 1914 después de que el 28 de junio un nacionalista serbio-bosnio llamado Gavrilo Princip matara al archiduque austro-húngaro Francisco-Ferdinando.
No era el caso y hoy mucho menos. Serbia no es culpable. Ni existe culpa colectiva de los serbios. Pero es un hecho innegable que los culpables actuaron en su nombre y las matanzas y torturas y violaciones y los campos de concentración y las quemas de cadáveres en los hornos de las fábricas bosnias se hicieron para mayor gloria de un régimen entonces triunfante y del que el nacionalismo serbio, incluso el que se dice democrático, no puede distanciarse. Es inútil pedir indemnización al insolvente pero no demandar explicación y la persecución y entrega de los criminales. Y Belgrado no ha cumplido. Pero la máxima prioridad en realidad, por el bien de Serbia, sería demandar una proclamación de voluntad de luto. Es un hecho de que el genocidio en Srebrenica y otras matanzas de civiles por paramilitares y el Ejército serbio-bosnio estaban organizadas, armadas y financiadas por Belgrado. Lo grave es que los serbios lo saben y lo niegan u olvidan. Que el CIJ no considere probada la cadena de mando no debiera ser obstáculo para que líderes serbios con honestidad reconocieran lo obvio e hicieran un llamamiento a la catarsis. Ha de basarse en un esfuerzo común por salir del proyecto falaz del nacionalismo y afrontar una reconstrucción individual y colectiva sobre la verdad del luto y la compasión que sólo son ciertos si se vuelcan sobre las víctimas asesinadas por el propio bando, sobre los sufrimientos y las bajas del enemigo. Llorar por los propios es gratis.
Ahora que Serbia se vuelve a dar pena y se ve víctima de una conspiración para arrebatarles Kosovo, sus autoridades, de tener la altura que les faltará, debieran aprovechar esta sentencia para explicar a su sociedad lo que le ha sucedido a la nación en los últimos veinte años. Y cuáles son las opciones para salir del aislamiento, de la pobreza y la depresión. No están desde luego en la resistencia numantina a realidades inevitables si no se está dispuesto a volver a una guerra sin esperanza. Aquella voluntad genocida consumada hace imposible la vuelta atrás. La sociedad serbia debe asumir que en su nombre miles de civiles europeos fueron acosados y concentrados, transportados en camiones como ganado hacia enormes fosas excavadas con maquinaria de construcción, fusilados y enterrados, en parte vivos. Todo ello bajo la mirada de satélites de última generación, a tiro de piedra de cuarteles de la ONU y no lejos de Viena y de Roma. Y cuando muchos líderes europeos aún hablaban de Milosevic como hombre de paz y de Mladic decente y fiable. Cierto, no hay naciones culpables. Pero sí hay ideologías y actitudes culpables. Y momentos estelares del crimen nutridos por radicalismos nacionalistas y la indolencia y vocación de apaciguamiento de las democracias lideradas por un pensamiento débil muy europeo. Los genocidios son posibles después de Auschwitz en Europa. En Srebrenica sucedió, confirma La Haya. Veremos lo que nos depara el futuro.

DE LA REVANCHA

Por HERMANN TERTSCH
El País  Martes, 20.02.07

COLUMNA

Hay que considerar buena noticia el hecho de que la pasada semana no se produjera una declaración de guerra entre Italia y Croacia. No habrá combates en el Adriático, y la frontera común que Italia tuvo con Yugoslavia, duramente negociada hasta el tratado de Ósimo en 1975, hoy es mero límite interno de la UE entre italianos y eslovenos. Pero quienes siguieran el virulento intercambio de acusaciones entre Zagreb y Roma, tras la polémica entre sus jefes de Estado, convendrán en que el vocabulario recordaba al utilizado en prolegómenos bélicos de la primera mitad del siglo XX. Dos ex comunistas, los presidentes de Italia, Giorgio Napolitano, y de Croacia, Stipe Music, se vieron enfrentados en violenta reyerta verbal a causa del pasado común y generaron un espectacular incidente diplomático. De "racismo" y "revanchismo" se habló, de "furia sanguinaria", de "expansionismo", de "limpieza étnica", de "barbarie" y "excesos nacionalistas".
La cosa tendría gracia si no fuera síntoma de una de las peores miserias políticas europeas cuya creciente utilización debiera alarmar a todos. Y disuadir a tantos que juegan con la historia, la memoria y los sentimientos del pasado para su instrumentación en el presente y la imposición de ambiciones más o menos confesables en el futuro en su política interna o externa. Desde la agitación antialemana que utilizan los hermanos Lech y Jaroslaw Kaczynski para gobernar Polonia, a la liquidación de monumentos soviéticos en los países bálticos, cada vez son más los líderes europeos que recurren a inventar enemigos presentes o pasados internos o externos. Sólo recuerdan a los muertos que consideran propios, cuando el reconocimiento de las víctimas de los bandos ajenos es precondición para el entendimiento honesto del pasado.
Paradójicamente, el origen de este conflicto está en una intervención de buena fe y de valentía de Napolitano que ha hecho revisionismo en el mejor sentido, revisando sus prejuicios con mirada limpia hacia la historia. Gran gesto. Honró a los asesinados por su bando y en nombre de su ideología, como Willy Brandt honró en Varsovia a los liquidados en nombre de Alemania. Fue el 10 de febrero, en un acto en memoria de miles de víctimas en las regiones de Istria y Dalmacia al final de la guerra. Al recordar estas matanzas Napolitano rompía una larga "conspiración del silencio", dijo, que los comunistas italianos impusieron en la posguerra. El silencio en torno a los crímenes del comunismo en Yugoslavia -y en todo el continente- se mantuvo décadas bajo la hegemonía cultural de la izquierda en Italia y Francia. Mientras allí se ha roto, en España, bajo nacionalismo y neoizquierdismo, se impone con gran potencial intimidatorio.
Según la lógica rota y denunciada ahora por Napolitano, quienes recordaran o denunciaran a las miles de víctimas de los partisanos en Istria y Dalmacia eran automáticamente acusados de "fascistas". Como quien recordaba a las decenas de miles de alemanes asesinados y los millones de deportados tras la guerra eran "revisionistas nazis", un recurso por cierto en el que coinciden los gemelos Kaczynski con los desaparecidos regímenes comunistas. También actúan así los adalides de la llamada "democracia avanzada" que se dicen de nuevas generaciones para reclamar como propios bandos y banderías de los abuelos que dividieron y enfrentaron a sus pueblos. Mesic cayó en la retórica nacionalcomunista y acusó a Napolitano poco menos que de veleidades fascistas. Ha recuperado el sentido común y se ha disculpado. No sólo sabe Music que el fascismo italiano en los Balcanes era la moderación uniformada comparada con el Estado croata ustasha. También debiera ser ya consciente de que la intervención de Napolitano fue un gran gesto de honestidad con el que el viejo comunista "revisó" su visión de la historia. Un gran gesto que tanto bien le haría a Europa si proliferara.

PRISTINA, PANDORA, LA OTAN Y KABUL

Por HERMANN TERTSCH
El País  Sábado, 10.02.07

COLUMNA

La OTAN puede seguir aparentando cierta normalidad organizativa y de relaciones entre los Estados miembros. Es la organización militar internacional que desde hace casi seis décadas ha garantizado la seguridad de las democracias occidentales ante la amenaza del totalitarismo, ha expandido la sociedad libre hasta esquinas insospechadas del continente euroasiático y generado a lo largo de tres generaciones una voluntad de autodefensa del individuo libre y la democracia que no tiene ni precedente ni parangón en la historia. Pero desde que se hundió el enemigo, que era el totalitarismo comunista encarnado en su rival, el Pacto de Varsovia, la OTAN entró en una crisis de identidad de final incierto. Si las deserciones y deslealtades en coaliciones esporádicas son terribles para la credibilidad occidental, las que se producen en la Alianza son letales. En Sevilla, antes aún en Riga y hoy y mañana en Múnich, las democracias occidentales parecen no querer entender que en Kosovo, en Afganistán, en Irak, Irán y Corea del Norte, sus enemigos son los mismos.
En Afganistán, la OTAN está en guerra, aunque muchos miembros se lo oculten a su opinión pública. En primavera y tras dos años de crecientes reveses, los ejércitos occidentales han de invertir la suerte de la guerra o plantearse un escenario similar al de Irak. Requieren tropas y material que no llega. Que Alemania, Francia, Italia y España intenten ahora renegar de su compromiso, vuelve a plantearnos si olvidan, dada su fatídica historia en el siglo XX -rescatados por otros o destrozados entre sí-, que hay guerras necesarias que se pueden ganar por la libertad común. Solo los anglosajones parecen recordar que es posible. En Kosovo fue Bill Clinton el que rompió la parálisis del miedo y fracaso del núcleo europeo. Su sucesor George W. Bush no puede hacerlo tras la debacle iraquí. En Afganistán el desistimiento europeo causa entusiasmo, dispara la militancia talibán y el cultivo del opio. También en otros frentes se fortalecen los enemigos. Como en Kosovo.
El ministro de Defensa ruso, Serguéi Ivanov, se dijo alarmado en Sevilla y en referencia a la independencia de Kosovo habló de la "caja de Pandora". La ocasión se brindaba para advertir que si Kosovo es independiente también lo serán "otros". Hace 15 años, la URSS agonizante advertía, en patético paralelismo, de que la independencia de los países bálticos era un paso hacia la desmembración de España. No se intuía entonces que una insospechada deriva en España y desde la metrópoli iba a alimentar teoremas territoriales, étnicos y protohistóricos despreciados por todos menos los nacionalismos más fanáticos.
El plan de la ONU para Kosovo busca solución pacífica viable al irreversible hecho de que una larga guerra étnica comenzada en 1991 tendrá su final cuando concluya la disolución del artificio yugoslavo. Tras la tragedia provocada por Belgrado bajo Slobodan Milosevic, albaneses y serbios sólo podrán compartir instituciones en una Europa unida. Rusia lo sabe. Pero quiere buscar algo más. Su instrumento de presión total es la energía. Y necesita otros elementos que sean políticos. Su apelación a Pandora recuerda a aquella Unión Soviética que defendía la represión de la disidencia aludiendo a tribus indias confinadas en reservas durante la conquista del Oeste. A "libertad para Sajarov" se respondía con "peor le fue a Cochise". Por confusiones morales y políticas graves que haya en Moscú, en Vitoria y en Madrid, hay que dejar claro que ni Yugoslavia fue jamás España, ni Kosovo el País Vasco, ni De Juana Chaos nunca Andrei Sajarov.

LENGUAJES DISTINTOS

Por HERMANN TERTSCH
El País  Martes, 06.02.07

COLUMNA

El señor de la silla de ruedas habla más bien bajito y en su intervención insiste en que hay cosas que solo se dicen bien a media voz cuando se habla de cuestión tan peliaguda y que tantas irritaciones produce como son la inmigración y la integración del inmigrante. Alguien podría pensar que era el entorno el que impresionaba al orador, que no se atrevía a irritar al auditorio. Al fin y al cabo, nos hallábamos ayer en una villa junto al Wannsee, un bellísimo lago en los aledaños de Berlín cuyo nombre quedó cargado de oprobio en 1942, cuando, en la Wannseekonferenz, la cúpula nazi se reunió para acordar el comienzo de la Endlösung -la solución final- que supuso la puesta en marcha del programa de exterminio del pueblo judío.
Nada más lejos de la realidad. El marco era el mejor posible y la ocasión también: se abría junto al lago, espléndido paraje junto a la capital de la otra vez pujante Alemania democrática, en la magnífica sede de la Fundación Würth -coorganizadora con la Fundación Rafael del Pino-, la primera jornada del Foro Hispano Alemán, en el que políticos, empresarios, científicos y gentes de la cultura hablan de las relaciones entre los dos países, sobre problemas comunes y visiones diversas de afrontarlos. En pocas salas se concentra tanta tolerancia, buena fe, competencia y madurez democrática.
Y sin embargo, el hombre de la silla de ruedas, que no era otro que el ministro del Interior alemán, Wolfgang Schäuble, subrayaba que quizás algunas cosas se prefirieran decir a media voz, pero insistía a un tiempo en que tenían que ser claras. Hubo ayer claridad en algunas cosas y quizás la principal está en que el Gobierno de Berlín y el Gobierno de Madrid no hablan igual cuando sus principales responsables, ambos ayer presentes en Villa Würth, hablan de lo mismo. Schäuble anunció que su país, Alemania, la mayor potencia económica de Europa, en plena recuperación económica, de nuevo con un crecimiento del 2%, ha dejado de tener inmigración. Así de concluyente. Ni legal ni ilegal. Y, sin embargo, advirtió que los problemas de la integración son muy graves y suponen un auténtico riesgo para la salud democrática y la estabilidad de la sociedad.
El ministro de Trabajo y Asuntos Sociales de España, Jesús Caldera, demostró estar muchísimo más relajado al respecto. Con una inmigración que ha cuadruplicado su presencia en España en cuatro años, aseguró que las medidas de regularización masiva tomadas por su Gobierno, criticadas en su día severamente por Schäuble, fueron necesarias y adecuadas, pero no lo volverán a ser. Proclamó modélica la integración que se está produciendo en España y ejemplar el programa que con tal objetivo se aprobará próximamente en consejo de ministros.
El ministro del Interior alemán está acostumbrado a que se responda a sus advertencias contra la fractura social y los guetos con acusaciones de xenófobo o, últimamente, islamófobo. De facherío puro o lacayo de Huntington lo calificarían muchos en España, donde socialistas cultos han oído con estupor a compañeros de partido tachar de fascista hasta al sociólogo Giovanni Sartori, que advierte desde hace más de una década sobre el peligro de ignorar los problemas de la integración, especialmente de la inmigración musulmana.
A ésta se refería ayer el ministro alemán, a una parte de la misma que en su tercera generación genera muchas más amenazas a la convivencia pacífica que la primera. No se cansó tampoco de advertir que uno de los primeros deberes del Estado es garantizar una base común de derechos civiles a todos los inmigrantes, por lo que la labor de integración pasa por una ilustración que rompa el poder de los líderes religiosos de las comunidades y evite la creación de espacios a los que no lleguen las leyes nacionales.
Dijo Schäuble que era ilusorio pedir reciprocidad a los países islámicos, pero no el exigir a los que llegan que acaten los principios fundamentales de la civilización europea, que tienen una base cristiana. "Es un inmenso reto y urge. Porque existe una seria amenaza a la convivencia". El ministro de la silla de ruedas debe de ser un miedoso porque Caldera, responsable directo de la gestión de una inmigración en España otra vez fuera de cálculos y estimaciones, no ve problemas en lontananza. Si acaso la mala fe de quienes quieren inventárselos, "como sucedió en Alcorcón".

DE BERLÍN A BAGDAD

Por HERMANN TERTSCH
El País  Martes, 30.01.07

EL CONFLICTO DE IRAK

Algo especialmente glorioso y bello como bien irrenunciable e indoblegable de las democracias prósperas y sociedades serenas y tranquilas está en su capacidad y dignidad derivadas ambas de que se inspiran directamente en las lecciones de las catástrofes y miserias que nos hundieron en el pasado y sobre todo, una y otra vez, durante el terrible siglo XX. La base para estos efectos benefactores sobre las sociedades, ya sea en Europa, América, Oriente Próximo o Asia, está en que las realidades del pasado y del presente sean accesibles a todos y que a todos beneficien como mensajes de sabiduría colectiva desde las elites hasta las capas más humildes e iletradas de la sociedad. Pero para eso, lo importante y condición probablemente imprescindible, es que la responsabilidad política repose en gentes que se han interesado por formarse y educarse en el respeto a la verdad y al pasado, que no quieran manipular las incertidumbres, la ignorancia y las supersticiones.
Quienes conozcan el horror del sufrimiento sin precedentes de lo que -más allá de la tradición humana de matanzas y guerras entre pueblos e individuos- ha sucedido en Europa en el siglo pasado, han de venerar la gran demostración de orden compasivo que este continente ha desplegado en casi seis décadas y la conquista de unas cotas de protección de la persona jamás alcanzadas en la historia de la humanidad. Cierto, insistimos, la condición inexcusable para que esto sea posible está en la decisión y fortaleza democrática de los líderes, la batalla contra todo fanatismo, el reconocimiento de lo acaecido, antes y después de la paz, antes y después de ellos mismos. Sucedió en Berlín. Hoy es más que la metrópolis y símbolo del éxito de la democracia. En el siglo XIX toda la política mundial giró en torno a la promesa o amenaza de un proyecto que cruzaba Centroeuropa, los Balcanes y Turquía hasta Mesopotamia, el sueño imaginario de vertebración de un mundo, eje imaginario de riqueza, más que una línea ferroviaria, más que un tren. Era el "Berlín-Bagdad".
Se tejieron y destruyeron alianzas, países y protectorados. Millones de hombres murieron combatiendo en guerras inspiradas por el sueño desde el Congreso de Berlín de 1871 hasta la ocupación nazi de los Balcanes. Berlín y Bagdad, sueño y pesadilla. Ocupadas en su día por las mismas fuerzas. Berlín, mucho peor tratada. Y hoy es un sueño y Bagdad el horror. ¿Todo culpa de los ocupantes? Se atreve uno a escribir que no. Las páginas que preceden a este comentario dicen mucho en este sentido. En Gaza se combaten Hamás y la OLP, en Israel un suicida palestino repite, Líbano amenaza con una guerra civil, en Irak son los chiíes y suníes los que preparan otra, en la lejana Rusia vemos siniestros movimientos armados hacia Georgia, el Cáucaso, Turquía, Bagdad. ¿Todo culpa de George Bush y el ominoso Estado de Israel? Probablemente no.
El fracaso, el dolor, la guerra y la esperanza sentidos en la posguerra de Europa han generado un sistema entero de concordia y la buena fe de gran éxito. En lodazales ideológicos y religiosos son focos infectos de odio que profanan tumbas, dinamitan mezquitas o bendicen genocidios. Los europeos no somos inmunes. Siempre dispuestos a recaer. Sabemos generar pozos de odio como pocos. No lo entienden aquellos que banalizan dolores, amenazas o males, aunque nos vaya la dignidad y muchas veces la vida. Los que nada saben y todo creen inventar e inaugurar.
Berlín y Bagdad unidos en un eje de modernidad fue un sueño europeo. El esfuerzo por imponer una democracia en Bagdad puede haber fracasado ya como aquella línea férrea. Pero no es, ni mucho menos una iniciativa indigna como pretenden algunos. Lo demostraron los iraquíes votando en masa en las peores condiciones por mejorarlas. Nadie tiene derecho a condenar a Oriente Medio a vivir bajo la brutalidad que el fanatismo, los errores de unos y la pasividad de tantos parecen imponer. Se cumplen ahora tres décadas de la Carta 77 de Praga contra la dictadura comunista. Aquel derroche de coraje triunfó y la pesadilla que dominaba media Europa ha fenecido. El fanatismo islamista ha de ser contenido y derrotado. No puede ser sustituido por islamismos moderados como no cabía nazismo moderado para Berlín. El peor enemigo para la democracia y la libertad de quienes están condenados a vivir bajo totalitarismos es la indiferencia y el egoísmo de quienes viven en libertad. En Berlín, en Praga y en Bagdad.

EL HOMBRE DE HONOR Y LA MENTIRA POPULAR

Por HERMANN TERTSCH
El País  Martes, 23.01.07

COLUMNA

En sus imprescindibles memorias, el líder partisano, verdugo comunista, intelectual y finalmente hombre de honor que fue Milovan Djilas, explica con detalle cómo un día muy especial en plena guerra, apuntó con su fusil a un prisionero en fuga que corría por un altiplano montenegrino, apretó el gatillo y vio cómo caía abatido el hombrecillo. Djilas aseguraba poco antes de morir como un venerable anciano sabio, que en la fracción de segundo que sintió le pasaba del cerebro al dedo la orden de matar al enemigo sintió tanta culpa como orgullo y por primera vez surgió una fuerza de contrapeso a la feroz ideología que se erigió en la mentira popular.
El implacable Djilas pensó tanto en la vida del infeliz como en la fuerza que lo indujo a apretar el gatillo. Entre los hombres sin piedad que dirigían la resistencia comunista se creó entonces una imperceptible fisura. Rankovic sería un asesino hasta su muerte, Kardelj un ideólogo amanerado y Tito el fatuo hombre de poder. Djilas nunca volvió a ser uno de ellos. En la plenitud del poder, en la victoria, supo ver el sufrimiento al que sometían mentira y odio a todos. Allí surgió el hombre de honor que habría de decir verdades que, paradójicamente, hicieron libres a otros pueblos antes que al suyo. Djilas despreciaba tanto a la Serbia nacionalista de Slobodan Milosevic en la que murió en 1995, como a la Yugoslavia corrupta y mentirosa que construyó su compañero de armas, Josip Broz Tito.
La pésima noticia actual es que el nacionalismo que asumió en Serbia la miseria moral y el legado de brutalidad de la ideología comunista sigue viva. El domingo consiguió ser otra vez la fuerza más votada con un 28,7%. Un tercio de los escaños. Tristes datos. Y con su caudillo preso como criminal de guerra en La Haya. Serbia es, sin duda, una peligrosa anomalía. También lo es, que en zonas de Europa occidental mimadas por el bienestar y la democracia algunas opciones criminales, etnicistas e identitarias consigan mayorías o minorías amplias que condicionan la vida política de las democracias. Puede que lo peor no sea que el partido más votado es abiertamente nazi como es el SRS de Seselj. Quizás lo sea que el jefe del Gobierno actual, Vojislav Kostunica -ya saben, "nacionalista moderado"-, es un experto en presentarse como disuasor de las fobias antieuropeas que le benefician y por tanto no dejar de promocionar. Los nacionalistas "moderados" dicen que los radicales han perdido. Resulta un mensaje familiar. En realidad se han repartido el triste mensaje de victimismo que fomenta la gran mentira popular. Serbia no logra pasar página. Quizás Zoran Djindjic hubiera acabado con la plaga de mentiras y mentirosos que atenaza a Serbia a su pasado miserable y culpable. Pero también a él lo mataron.
Si Hitler se nutrió de la leyenda del apuñalamiento (Dolchstosslegende) de Versalles, Milosevic del mito del Campo de los Mirlos y todos los nacionalistas de agravios inflados o imaginarios, la mentira popular serbia aun insiste en ignorar que la destrucción de Yugoslavia -que Milosevic inició- sólo concluirá cuando todos acepten que Kosovo no es Serbia. La guerra lo cambió todo allí como Hitler logró que Pomerania oriental y Königsberg dejaran de ser Alemania.
Quizás algunos entren en razón. Puede que no. Kostunica ya coquetea con la Rusia del Señor de la Lubianka para un chantaje conjunto a la UE. Como los ultras. Europa no tiene fuerza para combatir allí la mentira popular y por eso ayer se columpiaba de nuevo en sus propios engaños optimistas. La última vez que los serbios se lanzaron a matar por dicha mentira el hombre de honor que puso fin a la matanza fue un norteamericano, un tal Bill Clinton. Nadie se alarme por los tristes resultados electorales. No auguran matanzas inmediatas. Pero nadie confíe en un fin próximo de la mentira que envenena a Serbia y paraliza a todos los Balcanes occidentales en un pozo negro.

JÜNGER EN EL VITOSHA

Por HERMANN TERTSCH
El País  Martes, 16.01.07

COLUMNA

El Vitosha es una gran montaña que domina Sofía y por cuyas estribaciones orientales sale en invierno un sol que, aun muy bajo, crea unos juegos de reflejo con la nieve que vistos desde la llanura occidental de la capital, se antojan pura magia. La primera vez que presencié este inolvidable amanecer en aquella amplia campiña búlgara bajo la sierra intentaba yo sintonizar la BBC en onda corta y sólo captaba algunas emisoras rusas y árabes y las combinaciones de números que las emisoras de los servicios secretos del este y oeste se lanzaban por las ondas en inglés, alemán y ruso, para coordinar las directivas a los agentes y las informaciones secretas a sus legaciones y embajadas. Eran letanías con ritmo de tales: dva, chetri, piat, dva, yeden; two, two, seven, five, two, zero, four, two; zwei, acht, sechs, sieben, zwei, neun, null, acht, neun, sechs, vier. Sonaban como oraciones lanzadas por unos seres a otros, escondidos y solitarios como uno mismo, que esperaban indicaciones, órdenes, sentido a su existencia allá donde estuvieran. Parecían órdenes del más allá para gentes superiores que disponían de claves inaccesibles para los mortales. He escuchado durante horas, antes y -menos- después de la caída del telón de acero, estos canturreos de claves, en Sofía, en Riga, en Estambul, Berlín, Sibiu, Plovdiv, Cracovia, Burgas o Moscú. Aunque muy pronto supe que quienes emitían y recibían estas órdenes en clave eran unos pobres diablos que cumplían las más tristes y prosaicas de las tareas posibles, nunca han dejado de encandilarme los ritmos y sonsonetes cuasi religiosos que la guerra fría convirtió en rutina en las ondas.
Aquella percepción de los servicios secretos del Este de Europa -desde una posición de práctica impunidad del profesional occidental y por tanto exentas del pánico ante la prisión, tortura y muerte que sin duda generaban en millones de habitantes de los pueblos visitados por el terror del nazismo y el comunismo-, siempre ha sido muy literaria, por frívola que parezca la aseveración. Interés tiene todo aquello que incita curiosidad e inteligencia aunque amenace con demonios. Es magnífico el paralelismo que hace entre Jünger y Goethe el escritor y diplomático Manfred Osten, en una joyita que ha editado en España un antiguo embajador de Alemania en Madrid, Henning Wegener, en la editorial Complutense con el título de Ernst Jünger y los pronósticos del Tercer Milenio (léanlo, es una joya, insisto). Si Jünger evoca a "los bichos, las masas de ratas y ratones que se presienten ocultos bajo el suelo y las bóvedas de los sótanos", Goethe habla de que "nuestros mundos moral y político están minados por pasadizos subterráneos, sótanos y cloacas...". Y lanza un terrible mensaje: "Sólo aquel que posea cierta noticia de ello comprenderá que el suelo se hunda aquí o que de allá surja humo de improviso".
Las cloacas existen y siempre existieron bajo la bella montaña del Vitosha, como en los calabozos de Moabit o la Lubianka y en todas las sentinas en las que hoy se lucha por información e intoxicación, sea constructiva o destructiva, en las ondas hertzianas y aquí detrás de la casa de todos y cada uno de los lectores y junto a todos los obispos polacos, cancilleres alemanes y ministros consejeros de la más humilde embajada. Todo para destruir a individuos y reconfortar y organizar a sicarios. Allí, se impone, ya otra vez en términos de Jünger pero también de Goethe, el espíritu de los tiempos o la oportunidad -o la moda- que es el Zeitgeist frente al espíritu de los principios inquebrantables de la dignidad de la persona y la honestidad intelectual y espiritual, de la trascendencia, que es lo que algunos hemos entendido como el Weltgeist. Al Zeitgeist y al relativismo de la palabra y de la idea lo acompaña esa implacable idea del desprecio por la paciencia y lo acaecido. Goethe hace que Mefistófeles maldiga a la paciencia. Mefisto no es otro que Napoleón y Hitler y Stalin y todos aquellos que creen poder imponer soluciones de felicidad a su especie. Y para ello necesitan tener soldados que les naden por las cloacas de Jünger. Por eso hoy volvemos a tener muy en vanguardia de la defensa de los Estados a quienes defienden el Zeitgeist desde el lodo.

EL OBISPO Y LA MALA FE

Por HERMANN TERTSCH
El País  Martes, 09.01.07

COLUMNA

¡Cuántas veces se habrá reído Adam Michnik de los valientes anticomunistas que surgieron por doquier en Polonia cuando el régimen comunista era ya historia! ¡Cuántos individuos prudentes, satisfechos, indiferentes o miedosos, que vivieron sin el menor roce con el régimen comunista durante toda o parte de sus cuarenta años de existencia en Polonia, descubrieron su odio al comunismo cuando éste había dejado de existir! A Michnik esto ya no le hace gracia. Lo que podía haber sido una grotesca y efímera pantomima urdida para pulir y ennoblecer biografías se ha revelado como un perverso instrumento de lucha política que, utilizado desde el poder y las alcantarillas del Estado, envenena el discurso político, crispa el diálogo, rompe el tejido social y amenaza a la convivencia.
El tristísimo espectáculo del domingo ante la Catedral de Varsovia, en el que por poco se evitó una batalla campal entre feligreses partidarios y adversarios de la dimisión recién acaecida del arzobispo Stanislaw Wielgus, es sólo una prueba más de cómo el pasado, exhortado con mala fe, puede retornar para abrir heridas viejas y nuevas y reactivar odios. Nada tiene esto que ver con el conocimiento del pasado, pero sí mucho con la vocación del nuevo revanchismo polaco, liderado por los gemelos Lech y Jaroslaw Kaczyinski e institucionalizado en el Instituto de la Memoria Nacional. Lo que se pretendía en su día fuera un instrumento para historiadores y para ofrecer a las nuevas generaciones información sobre los dos totalitarismos que torturaron durante más de 70 años a Polonia, se ha convertido en una gestora del poder que, con las fichas de la policía política comunista, hace y deshace reputaciones, filtra u oculta según convenga unos documentos por naturaleza mentirosos, parciales y manipulados.
Es evidente que Wielgus quedaba irremisiblemente inhabilitado tras reconocer, dos días antes de su toma de posesión como arzobispo de Varsovia, una colaboración con los chequistas polacos que había negado reiteradamente. Su falta está en la mentira, como en otros casos en el silencio. Nadie que no viviera bajo el régimen puede imaginar las presiones a las cuales podía ser sometido un joven sacerdote que estudiaba filosofía en Lublín en los años sesenta. Y nadie sabe por qué unos se doblegaron y otros tantísimos no lo hicieron ni para salvar sus vidas, como Jerzy Popieluszko. La Iglesia polaca era el máximo poder anticomunista en todo el Pacto de Varsovia, tan fuerte que dirigió la lucha triunfal contra el sistema en los años ochenta. Era objeto preferencial de infiltración. Lo que no logró el régimen es crear en la Iglesia grupos títere como Pacem in Terris, en Checoslovaquia.
Los dos legendarios cardenales de la resistencia al comunismo, el polaco Wiszynski y el húngaro Mindszenty, consiguieron mantener la unidad de su iglesia, pero no evitar su infiltración. Hace un año se supo que el obispo ya jubilado de Esztergom también había sido confidente. Estos denunciantes denunciados llevan consigo la tragedia de su debilidad, su culpa y su vergüenza, como evocaba Peter Esterhazy en su De Caelestis. Quienes juzgan conductas ajenas bajo el totalitarismo desde la comodidad y la libertad de la Europa actual son frívolos o rufianes.
Wielgus ha pagado con su tragedia personal el hecho de mentir. Y ha hecho un gran daño a la Iglesia polaca, que el año pasado redactó un memorando sobre las conexiones del clero con servicios secretos en el que decía que "la mera firma de un compromiso de cooperación, independientemente de motivos o razones, es un pecado". Pero al margen de este drama, preocupa la larga carta del Gobierno polaco al Vaticano denunciando al obispo, y no menos el origen de la filtración de la denuncia contra él. Parece evidente que si los hermanos ultracatólicos Kaczynski son capaces de dirigir la caza de brujas contra el ya nombrado arzobispo de Varsovia, son capaces de cualquier cosa para desacreditar a quienes consideran la anti Polonia, esa mitad de la sociedad polaca que no representan y que se quiere excluir del sistema, despojada de sus derechos por reales o supuestas conexiones, simpatía o simplemente falta suficiente de odio hacia el comunismo. Los Kaczynski tachan a toda la oposición liberal y socialdemócrata de ser herederos del régimen anterior. La sociedad polaca haría bien en ver el tumulto ante la catedral como una señal de alarma. Las grietas en los cimientos de la transición se abren desde las últimas elecciones generales. Polonia no merece que lo que crearon sus mejores estadistas en un siglo, los Adam Michnik, Bronislaw Geremek, Tadeusz Mazowiecki o Alexandr Kwasniewski, lo destruyan unos tan mediocres como los responsables de tragedias pasadas.

domingo, 16 de septiembre de 2018

LOS NUEVOS SVEJK Y SUS CUITAS

Por HERMANN TERTSCH
El País  Martes, 19.12.06

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"El soldado Svejk", figura surgida de un panfleto antivienés de gran literatura, ha sido un símbolo del siglo XX para toda actitud lo suficiente o excesivamente práctica como para ser considerada oportunista, pedestre y sin embargo simpática y aceptable en un juicio generoso -literario- que no mida consecuencias. Como los personajes de la picaresca, con gran genialidad narrativa, Svejk narra tragedias, derrotas y miserias, dolor y mucho absurdo. Él, sin embargo, es feliz. Busca y encuentra consuelo en la broma, la ironía y la generosidad y niega la realidad con la facilidad con que asume indolente, para sí y los demás, las consecuencias. Svejk es tan incapaz de matar por una idea como de morir por nada ni nadie. Propagador de la derrota propia y ajena, ni quiere ni puede defender ideas o gentes. Tenemos un nuevo Svejk.
Muchas alegrías nos granjea Jaume Vallcorba al frente de la editorial El Acantilado con su magnífica inmersión en la literatura de "Mitteleuropa" del último siglo y medio. Nos debía una edición bien traducida de esa obra tan inteligente, rápida, cervantinas y moderna que pronto estará aquí en las librerías: "Los destinos del buen soldado Svejk en la guerra mundial". Fernando Valenzuela, sobrado sabio de las lenguas de Svejk y Sancho Panza -almas amigas por cierto- ha hecho esta traducción finalmente sosegada, tras las menesterosas trasatlánticas habidas, de una obra que, escrita por el checo vienófobo Hasek, acabó haciéndose universal en lengua alemana. Digería toda miseria imaginable con simpatía. Los principios le parecían lujos de ricos o intransigentes.
Muchos añoramos hoy el humor del soldado checo pero no sabemos emularlo. Es difícil asumirlo cuando las amenazas a nuestra forma de vida se multiplican dentro y fuera de nuestro ámbito político y cultural y el jefe del Gobierno de los españoles no parece dedicado sino a su discurso pseudoinfantil de una tal Alianza de Civilizaciones que no resistir ni el humor de Svejk ni el cinismo de los socios y comparsas apologetas del Holocausto que José Luis Rodríguez Zapatero no parece tener inconveniente en mantener en esta aventura. Parece haber renunciado definitivamente a una política internacional real en defensa de los intereses de España, la UE, la OTAN y a las sociedades libres. Como a Svejk, le gusta que una broma siga a otra y sólo tomar en serio sus propias solemnidades.
Muchos aquí aun no quieren ver que fuera -y no sólo en el PP, en EEUU, Alemania, Israel o Colombia- cunde la resignación ante esta obsesión de Zapatero de creer que engorda electorado y posteridad propia dando argumentos a los enemigos del Estado de Derecho, acá y fuera. Como Svejk nunca dejaba claro quien quería que venciera en la terrible guerra del catorce, Zapatero no ha dicho nunca que quiera que la ganen los chicos de Zarkawi pero tampoco que desea la victoria del Gobierno de Irak, los norteamericanos, británicos y otros países democráticos que luchan allí.
El ambiente creado por este espíritu Svejk dejó hace tiempo de ser una broma en España. Prueba es la entrevista que Juan Cruz le hizo el domingo a Santiago Carrillo nos ofrecía unas claves sobre la matanza de varios miles de españoles -sólo dos mil y pico militares sublevados, dice el implicado; unos miles más de civiles nos dicen otras fuentes- que fue el gran ensayo de las matanzas estalinistas que saltaron a la URSS y a Katyn. Las declaraciones de Carrillo son casi una autoinculpación. Con ese obsceno hastío que muestran a Svejk algunos ante la muerte del enemigo. No le habría pasado hace años cuando aún presumía de su papel en la transición y no de supuestas glorias antifascistas. Como se descuide Carrillo, un traspiés en la piscina jurídica de la "memoria histórica" en que chapotea Zapatero y puede verse, nonagenario, en un lío. No llore por la iglesia reaccionaria o la oposición parafascista y dé gracias a que la transición española fue como fue y nadie le pidiera cuentas por el aciago otoño del 1936. Ya que hace 30 años no se hablara de "justicia universal" ni se declarara al comunismo ideología asesina cuyos crímenes no prescriben como al nazismo. Svejk, en su sabiduría, recomendaría a Zapatero tomarse en serio las inquietudes de España. Y a Carrillo no tomarse en broma su pasado.

ASIGNATURAS TURCAS

Por HERMANN TERTSCH
El País  Martes, 12.12.06

COLUMNA

El gran valor inicial del gesto de Ankara de anunciar la apertura de un puerto y un aeropuerto al tráfico con Chipre está ante todo en el reconocimiento de que las condiciones para el ingreso de un nuevo miembro en un club las pone la dirección del mismo, y no el aspirante a pisar moqueta. Y la bola negra, el veto, solo lo puede ejercer un miembro, y nunca el candidato a serlo. En este sentido, el paso dado por el Gobierno del primer ministro Recep Tayyip Erdogan es importante, aunque insuficiente y por tanto inútil si no le siguen otros. Pero mal harían los Veinticinco en escenificar ahora una gran gresca. Postergar dramas allende horizontes electorales, europeos y turco, como parece ser la intención del nuevo paquete de condiciones decidido ayer por los ministros de Exteriores de la UE, no es malo. Pero tampoco suficiente para desactivar lo que puede ser una grave crisis.
Es discutible que Chipre, como parvenu con su política unilateralista y antiturca, tenga crédito como miembro de la UE para condicionar la política de Bruselas respecto a un gran país y una inmensa opción política, económica y geoestratégica como son Turquía y su hipotético ingreso. Pero el mayor elemento de distorsión, y factor clave para el histerismo actual en las relaciones, está en la irrisoria percepción de que las negociaciones tienen visos de ser cortas y que si no se interrumpen pronto el ingreso turco amenaza cual inminente caída de la Espada de Damocles. Este malentendido perjudica a todos. Proyectos de esta magnitud pueden descarrilar y quedar como fracasos en la historia durante generaciones o de forma definitiva. Pero si nadie sensato debe exigir un calendario para el ingreso de Turquía en la próxima década, tampoco puede demandar un rechazo perpetuo.
Tras exponer las condiciones básicas a Turquía, lo que Europa debe hacer es dejar que los turcos asuman el esfuerzo de las asignaturas pendientes, con la esperanza de que las aprueben con la solidez e incluso brillantez con que lo hicieron con anteriores más difíciles si cabe, y que se tiende a olvidar. Bajo el recién enterrado Bülent Ecevit se dieron pasos antes inimaginables en Turquía -con un Ejército menos relajado que hoy- en derechos humanos, garantías jurídicas, libertad económica y de opinión. Si el islamismo en Turquía está crecido es también por la falta de apoyo que reciben las opciones radicales de libertad. No solo allí. Las manifestaciones habidas en Irán durante estos días en contra del fanático presidente islamista Ahmadineyad habrían tenido más apoyos si en Occidente se hubiera respaldado con decisión un llamamiento a acabar con el miedo y el régimen de terror y a favor de una opción plural, democrática y laica allí en vez de organizar fastos de confraternización con supuestas civilizaciones que no son sino fanatismo bárbaro clerical, como hicieron los jefes de Gobierno español y turco en Estambul hace semanas.
Esbozados los retos estratégicos, para nada insuperables a medio plazo, queda por hablar de esa asignatura pendiente turca, difícil para un pueblo que fue imperio: la historia. Ni del mejor embajador que hoy tiene este país de siglos de diplomacia virtuosa y excelsa, que es el escritor Orhan Pamuk, toleran los turcos la dura verdad del pasado. El reto de la modernidad exige honestidad en este gran salto hacia la mirada limpia. Muchos han fracasado. La tragedia rusa del retorno de la Lubianka bajo Vladimir Putin demuestra lo que se juega un pueblo si no reúne en la transición el coraje de enfrentarse a sus sombras. La mirada limpia hacia la propia historia dignifica y fortifica presente y futuro. La mentira y la revancha los emponzoñan. No solo en Turquía falta esa mirada limpia. Los que más celebran la muerte física -claman venganza post mortem- de un dictador asesino y ladrón como Augusto Pinochet, afortunadamente pasado para sus compatriotas desde hace tres lustros, comprenden, apoyan o toleran a un Fidel Castro que en años de dictadura asesina, ejecuciones, desapariciones y obcecación en el crimen ideológico ha superado con creces al chileno. ¡Cómo habrían sido las hagiografías de Castro, cuando muera, si hubiera convocado un referéndum para abandonar el poder 17 años después de conquistarlo a sangre y fuego! Escribía Félix de Azúa en estas páginas de Hitler y Stalin hace unos días. Se pueden recordar miles de fosas comunes, con millones de abuelos, bisabuelos y padres. Y hermanos e hijos en Srebrenica. Pero para Turquía, la asignatura es imponerse la mirada limpia para asumir que el millón y medio de muertos armenios son parte de su historia. Como los centenares de miles de turcos muertos en los Balcanes y Oriente Medio en la caída del imperio. Cuando Pamuk, Premio Nobel, consiga convencer al pueblo turco de que los asesinados en su nombre son tan dignos de ser recordados como los héroes propios, Turquía habrá dado un paso definitivo hacia la paz consigo misma. Puede que ésta sea la asignatura más importante.

sábado, 15 de septiembre de 2018

EL RETORNO DEL LARGO BRAZO DE LA CK

Por HERMANN TERTSCH
El País  Martes, 28.11.06

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Si en el año 2006 el jefe de un Estado inmenso y poderoso, miembro reconocido de la comunidad internacional, fundador de la ONU, siempre más temido que respetado, ha de negar públicamente haber ordenado el envenenamiento de algún conciudadano suyo, es que es ruso. Tiene viejos hábitos de juventud y cuando se descuida piensa en divertidas violaciones de mujeres indefensas como las que atribuía con jovialidad a otro jefe de Estado que las negaba vehementemente. Si además cree ante todo en la amenaza, desprecia la debilidad y las ansias de armonía de las democracias y considera que los adversarios políticos mejoran cuando están presos o muertos, es un viejo chekista, un gladiador más que ideológico, mecánico en la lógica de la imposición. Se llama Vladímir Putin.
Nadie duda de que el régimen comunista chino mata con mucha tranquilidad a sus disidentes internos ni que regímenes como el iraní, el sudanés, el guineano u otros liquidan si no sistemática si expeditivamente a quienes consideran un peligro para su seguridad, poder e intereses.
Pero el retorno a la actualidad mediática de la vieja organización de la sopa de letras que fue primero la célebre CK (checa) del aristócrata bolchevique polaco, Feliks Dshershinski (escudo y espada del partido) y las OGPU, NKVD, KGB hasta llegar a la FSB hoy, con sus métodos tradicionales parece finalmente haber disparado las alarmas hasta de aquellos que querían desesperadamente olvidarse de la catadura de Putín por el bien del negocio, las relaciones y el próximo gasoducto. Estaba claro que iba a ser un problema para las democracias el valorar hasta dónde y cuándo aguantar las malas formas -brutalidad soviética- del nuevo rico que es el régimen de Putin.
Con Chechenia se miró hacia otro lado durante mucho tiempo. Gazprom demandaba discreción ante la política de tierra quemada de Putin en el Cáucaso. Pero como suele suceder, surgió un vínculo que ataba las conciencias entre aquellos crímenes y estos nuevos tan cercanos y ya no anónimos y resultó estar formado por una pareja improbable formada por dos nombres que habrán de grabársenos en la memoria aunque vengan más detrás: Anna Politkósvskaya y Alexander Litvinenko. Ella debería haber huido hace tiempo a Occidente como tantos otros. Sabía que en Moscú la habrían de matar. Alexander ya estaba aquí. Y vinieron a matarlo. No habrá madriguera donde puedan esconderse los enemigos del pueblo, decían siempre Stalin y sus matarifes. Ahora es cuando los ingleses se enfadan. Cada vez más según constatan que el Kremlin ni siquiera se ha esforzado por ocultarse. "If it's unpolite to get drunk before breakfast it's even greater unpolitness to kill guests at friends houses". Un anfitrión británico deseoso de quedar bien con el ruso -véase la Reina de Inglaterra- le puede tolerar la borrachera antes del desayuno. Pero no que se dedique a matar a otros invitados.
Asegura Putin que nada tiene que ver con la muerte del exmiembro del KGB, Alexander Litvinenko envenenado por el elemento radioactivo polonio 210. Hace 25 años en Sofía un apparatchik llamado Boian Traikov nos aseguraba que Bulgaria no tenía nada que ver con el intento de matar a Juan Pablo II. Está ya claro que, con buen criterio el KGB quiso matar a quién sería decisivo en acabar con la URSS. Pero la cultura de la CK ha vuelto. Hace días apareció muerto en Sofía Bozhidar Doyzev, jefe del archivo de los servicios búlgaros, que servían, como la Stasi, a Moscú para trabajos sucios. En el atentado al Papa anterior y en el envenenamiento del disidente Georgi Markov con una cápsula que le inyectaron con la punta de un paraguas. Fue también aquello en Londres.
Pero aunque los vínculos de la muerte de Doyzev con las amenazas turcas al nuevo Papa y a este envenenamiento en Londres son casuales lo que es una certeza es que el aviso a todo ruso demócrata y adversario interior o exterior del régimen de Putin sobre la larga, implacable y efectiva mano castigadora del chequista contra sus enemigos tiene de nuevo la vigencia que no tenía desde la más profunda guerra fría.

LO SOLEMNE Y LO OCURRENTE

Por HERMANN TERTSCH
El País  Martes, 21.11.06

COLUMNA

La historia reciente de los pueblos europeos se puede intentar, pese a todas sus miserias, sin mucho esfuerzo. Las últimas cinco décadas de la vida de los europeos dicen más que mil tomos sobre lo que la honestidad intelectual, la humildad, la voluntad de superación, la determinación en la autodefensa que surge de la convicción moral, la preparación y la sincera búsqueda del bien común pueden generar. Cierto que Europa ha tenido la suerte para esta gran aventura de construcción política y moral de tener el apoyo definitivo allende el Atlántico. Pero nadie que sepa de la historia de los hombres puede negarle después el halo de milagro. Europa ha sido más trabajadora y próspera, más compasiva y por ello más justa, más estudiosa y cada vez más lúcida, a veces dolorosamente introspectiva y sin embargo más abierta y extrovertida. Más rica, a la postre, en todo lo que supone vida para ciudadanos con memoria que quieren "luz, más luz" -decía Goethe al morir pidiendo vida- en libertad y en dignidad. Si de ellos depende será también en paz, pero no a toda costa, porque esta Europa se hizo precisamente en lucha contra los enemigos de la libertad que siempre han prometido paz a cambio de aquella.
Desde Schiller o Shelley a Heine, Mayakovski o Sajarov, desde Miguel Hernández a Anna Ajmátova, de Sandor Petöfi a Wislawa Szymborska, Europa ha demostrado llegar a estos tiempos con el bagaje de amor y sabiduría para zafarse de tanta tragedia y en solo 50 años emerger -esperemos que sin desmayo- con la virtud de la fuerza para la mirada limpia que convierte en pasado los odios viejos de Verdún y los de Oradour, el rencor de Coventry, de Dresde y de las Fosas Ardeantinas, junto a Roma. Ha ilusionado a generaciones magníficas de nuevos europeos, cada vez más formados y libres, y decididos a integrarse en esa empresa sin precedentes de éxito histórico absoluto, también en los países donde aun son relativamente recientes los traumas del miedo. Sólo la gran épica de la creación de unos Estados Unidos de América con su crisol de culturas bajo un proyecto único de civilización de seres libres puede compararse al de la nueva Europa como milagroso proyecto de convivencia. Construida sobre paisajes de mil guerras, ruinas y las peores infamias cometidas por unos humanos a otros.
Todo se ha hecho en lucha contra fantasmas del recuerdo. El régimen criminal comunista sobrevivió décadas a la gran hecatombe de Varsovia, Stalingrado y Berlín y murió con menor estrépito que el monstruo menos longevo del nazismo. Y sigue entre nosotros el fantasma del Holocausto, de la imposible respuesta al hecho de que casi todos los pueblos europeos aceptaran con pasividad, cuando no complicidad, la destrucción del judaísmo europeo. Mucho ha sido solemne en este paisaje de tragedia. Mucho ridículo. Pero el resultado es serio y los europeos debemos saber lo que nos jugamos. Todo aquel que ingresó en la UE se adhirió a principios que se fundamentan en ideas, miedos y convicciones que surgen del Gran Cataclismo que se consuma en esos 30 años de guerra civil entre 1914 y 1945. Ni un paso atrás ante el enemigo. Sea nazi, comunista, fascista, hoy islamista, siempre enemigo de lo que hemos construido desecando todo un pantano inmenso de sangre desde los Balcanes hasta Noruega, desde Algeciras a Cracovia y más allá. Spiegel, Time y Newsweek coinciden en que las palabras de Benedicto XVI en Ratisbona no eran un gazapo. Claro que no. Era una llamada a esa autodefensa que la libertad europea se debe a sí misma. En Turquía el Papa fuerza con su visita una tensión cultural que sin duda será clarificadora, que la visita se produzca pese a la ausencia de Erdogan demuestra esa voluntad. Va por todos. Polonia no puede reeditar una venganza hacia sus vecinos ni el líder de la oposición húngara puede osar pedir la reinstauración de la pena de muerte. Es feo que el Rey de España compadree con un Vladímir Putin que resucita los tiempos del NKVD y encarcela en Siberia, como Yázov, Yagoda y Beria. Pero lo es más que el presidente Zapatero sea ya un excéntrico personaje cuya última semana de política exterior fue un perfecto espectáculo de cabaré vienés, esa maravillosa ocurrencia. Helmut Qualtinger, aquel inolvidable diseccionador de ridiculeces nos habría resumido todo en una velada inolvidable titulada "Estambul, Obiang, Gerona, el tango del vacío".

LA PAZ LUMINOSA Y UN RECUERDO PARA ECEVIT

Por HERMANN TERTSCH
El País  Martes, 14.11.06

COLUMNA

Pasados ya los primeros grandes entusiasmos ante el evidente fin de la era Bush que se inició con rotundidad el 7 de noviembre, la envidiable maquinaria institucional norteamericana funciona perfectamente, como era previsible incluso ante cualquier situación imprevista, y la resultante de las elecciones es mucho más regla que excepción. A este lado del Atlántico las opiniones públicas hostiles hasta el odio hacia Bush ya han gozado del castigo a esa caricatura del Mal en que se había convertido el presidente norteamericano. Este gozo les durará menos que la frustración sufrida hace dos años cuando fracasó la bondad del patricio Kerry. Leyendo y escuchando a muchos de los enemigos profesionales de Bush acá en Europa, da la impresión de que el Capitolio ha sido tomado por una especie de tripartito, con Noam Chomsky a la cabeza. Si hasta ahora la postura digna hacia el Imperio del Mal era inequívoca, parece que volvemos a la era de los malentendidos. Viva la paz y la realidad pacífica y luminosa.
Cuando aún no había concluido el recuento en Virginia, Bush ya negociaba con los demócratas, con Nancy Pelosi a la cabeza, sobre las cosas de comer. Aquí no hay malentendidos. El presidente sabe que se acabó su forma de gobernar, con un Congreso postrado que tanto error le permitió a él y a Rumsfeld, tanto desafuero a Cheney y a sus círculos empresariales y tanto exceso a su política de seguridad y antiterrorista. Los demócratas saben que, para que esta victoria sea el umbral de una presidencia propia, han de encontrar en colaboración con Bush una salida del letal estancamiento de la situación en Irak, que al menos en Washington todos saben que no es culpa exclusiva del tejano cristiano neonato.
Se verá entonces si tenían razón quienes auguraban -tras Bush- un comportamiento más civilizado de Siria y de Irán de haber un calendario de retirada, o un buen equilibrio en Irak entre la teocracia chií de Teherán y la satrapía de Damasco con población suní, ambas implacables tanto con sus pueblos como con los vecinos. Y aplaudidas como enemigos del Imperio del Mal y de un Israel ayer de nuevo amenazado de muerte por el presidente iraní Ahmadineyad. El terrorismo islamista, chií y suní, la incompetencia de Washington, la dejación cobarde de los países árabes y la culpable de Occidente, lograron crear un infierno en Irak, no ya para EE UU, sino para una población iraquí que se jugó la vida para votar en elecciones y en un referéndum sin precedentes en la región. Eran muchos más que los catalanes que se dignaron a ratificar un estatuto que amenaza principios de igualdad y enaltecen siniestros fetiches identitarios. Veremos cómo buscan salidas republicanos y demócratas en Washington. Y suníes y chiíes en Bagdad. Veremos cómo se discute pronto en una España que ha redescubierto las esquelas y la memoria emponzoñada, fortifica cuencas hidrológicas y bunkeriza archivos. En la que instituciones máximas del Estado se agreden a diario, nadie se alarma si el presidente de la Generalitat ha de entrar en el Liceo por la puerta trasera, acosado cual militante de partido mal visto y se elogia a asesinos múltiples para denigrar a contrincantes parlamentarios. Envidia dan las instituciones de Washington. En paz y en guerra.
Y en Ankara, 100.000 turcos despedían a Bülent Ecevit, el líder socialdemócrata fallecido a los 81 años. Un gigante. Cinco veces primer ministro, el único gran estadista turco sin familia millonaria. El día que caía en coma aún pedía a los turcos resistencia contra el islamismo que veía avanzar, decía, tras la sonrisa de Erdogan. El tándem sonriente del turco y el leonés no debe ser casualidad. En la última entrevista, este gran estadista turco pidió a sus compatriotas, como siempre, coraje y resistencia por la libertad y la dignidad, bienes supremos que excluyen la paz a toda costa. El presidente del Gobierno español debía de saber quién era porque no lo mencionó. No importa. No habría acudido a un mitin como el de Estambul bajo el paraguas agradecido de Kofi Annan. Rodeado de representantes directos o indirectos de regímenes totalitarios y con el responsable de la involución democrática turca, en el que Rodríguez Zapatero habló de paz y paz y mucha paz, pero nunca de libertad. Esa paz la hay en Damasco, en Teherán y en Rabat. Y en Azkoitia. Pero esa paz la despreciaba Ecevit. Como Kreisky y Brandt. Por ser mentira.

CAMBIOS CLIMÁTICOS

Por HERMANN TERTSCH
El País  Martes, 07.11.06

CONDENA AL EX DICTADOR IRAQUÍ

La percepción del riesgo es difícil de evaluar. Como la amistad, el amor y la memoria. Algunos recuerdan ahora que hace tres años sabían exactamente lo que pasaría hoy en Irak. Son fantásticos. Han ayudado a que sucediera aquello de lo que se vanaglorian. Afectará también a sus hijos. Quizás ahora mirando atrás haya alguno con el coraje moral de pensar que con una actitud occidental global distinta hoy Irak sería otra cosa. Pero la tragedia de Irak tiene un culpable claro y, por tanto, tampoco preocupa en general, sufra quien sufra. Da la razón.
"El cambio climático ha provocado ya más víctimas que el terrorismo internacional y su potencial de destrucción es también muy superior", dice Zapatero. Manuel Rivas, escritor gallego, se tortura aún más: "¿Cómo escribir poesía después de Auschwitz?", parafrasea a Celan y Adorno, a Arendt y a Amery, para añadir de inmediato, "después del Prestige, ¿cómo mirar el mar y no ver su dolor". Nadie se avergüenza ya ante comparaciones obscenas. Nuestros príncipes de la política y las letras -tan osados- no temen ya por las cuitas de familiares de los muertos de luchas razonables. Temen mareas, calores o sofocos. Son graves las amenazas que las próximas generaciones han de afrontar. Pero es un poco duro que la víctima del terrorista sea equiparada al ahogado en la riada. Y lo es más que el lamento por la pérdida de nécoras y percebes se evoque a un tiempo con el luto infinito por el desfile de un pueblo hacia las cámaras de gas construidas por ideas nacionalistas muy europeas e ideologías de experimentación social muy actuales.
"¿Por qué conmemorar la muerte de 10 millones de soldados entre 1914 y 1918 si en cien años de accidentes de tráfico entre 1898 y 1998 han muerto veinte millones, y más de treinta millones murieron durante la pandemia de gripe de 1918-1919?". Así comienza la introducción del gran libro de David Stevenson Cataclismo, la I Guerra Mundial como tragedia política. Y expone razones de peso. "Generó experiencias terroríficas a los combatientes y una movilización sin precedentes en sus frentes internos" y "obligó a la creación de mecanismos sociales para afrontar la muerte, la mutilación y la aflicción en masa". Pero sobre todo "fue un cataclismo de tipo especial, una catástrofe provocada por el hombre por medio de actos políticos (...)". Esta diferencia entre la I Guerra Mundial y la gripe española no parece entenderla Zapatero cuando minimiza el fenómeno del terrorismo ante el hipotético Armagedón con que amenaza el calentamiento del planeta.
Hoy, aniversario de la Revolución Soviética, hay elecciones en EE UU, donde un Bush tan incapaz como demonizado ha servido a otros para erigirse en supuestos jinetes de la razón frente a una catástrofe que por desgracia auspiciaron desde un principio como máxima conveniencia. Pero el cataclismo continúa. Las víctimas del terrorismo tienen nombres y patria y, también en Irak, son mucho más cuantificables que las del cambio climático. Tienen calidad distinta, como dice Stevenson. La humanidad puede sufrir muchos avatares. Hasta su propia extinción si no tienen consciencia ante las amenazas. Pero quizás algunos piensen que peor aún que esa opción es la que nos quiere confundir a judíos y percebes, a humanos con moluscos. Mejor compañía entonces aquellos que no tuvieran la suerte de elegir. Si no hay defensa ante tan abominable malentendido, preferible la catástrofe climática.

DE WEIMAR A KUNTSEVO

Por HERMANN TERTSCH
El País  Martes, 31.10.06

COLUMNA

Una maravillosa edición de las Conversaciones con Goethe, de Johann Peter Eckermann (Brockhaus, Leipzig, 1925), reproduce con cariño unos manuscritos de las más iracundas frases del hombre que allí, en Weimar, ya se sabía a salvo del juicio humano, dudaba mucho del divino y sólo se exponía al propio, tan lúcido como implacable. Goethe en Weimar dictaba. Mandaba tanto como Stalin en su dacha favorita de Kuntsevo, descrita como nunca en el mejor libro sobre el gossip canalla -gran cotilleo con mayúsculas- del mundo estalinista jamás escrito que es el Stalin, de Simon Sebag Montefiore (Vintage, Random House, New York).
Sin embargo, convendrán ustedes en que la ira del poeta alemán nada tiene que ver con los resentimientos del seminarista asesino georgiano. Como nada tiene que ver la indignación de las víctimas del terrorismo en España o los gritos ya quebrados de Anna Politkóvskaya con las irritaciones poéticas del etarra Ignacio de Juana Chaos y la incomprensión del presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, ante la incapacidad de muchos españoles de ver en ese De Juana Chaos y su interlocutor en la calle, Otegui, hombres de bien, de paz y libertad. Por lo mismo que las víctimas de aquel fanático asesino que fue el Che Guevara y del dictador y sátrapa agónico Fidel Castro jamás entenderán que el presidente de un Gobierno democrático e inicialmente civilizado, miembro de la UE y de la OTAN se identifique en plan coqueto con asesinos como De Juana, Guevara, Castro o el caníbal de Rothemburgo.
Los peores irresponsables del populismo derechista, izquierdista, historicista o revanchista en general pegan hoy minas en la línea de flotación del buque de éxito que ha sido la Europa democrática de posguerra. Lo hacen con la osadía del tontiloquismo. El esfuerzo de paz y contención sin experimentos juveniles con la sobriedad y la profundidad de quienes saben lo que es una guerra y no la literaturizan se extendió desde su núcleo inicial franco-alemán hasta los Urales, a los límites de la civilización que conoce por Grecia y Roma que el individuo, el ser humano, es más, mayor y mejor que todo proyecto, experimento o invención que el mismo pueda gestar.
Goethe regañaba a veces a Friedrich Schiller -incluso post mortem- y pontificaba mucho al que lo visitaba con devoción. Al viejo Goethe, que ya había paseado por el infierno, seguía incendiándole el alma la indignidad. A Stalin, por el contrario, le enloquecían quienes osados resistían por dignidad y fe. Goethe cortejaba a toda señora limpia que pisara su casa y la adoraba. Stalin entonaba con sus meretrices sovietiquillas georgianas canciones rurales sobre la penetración violenta en la ebriedad. Como Putin, pero en voz alta. Y disfrutaba al conocer detalles de la depravación de sus camaradas Odzakenikidze, Beria, Yagoda, Yezov y los demás. Cierto es que ante crímenes como los habidos en aquellos increíbles años de pesadilla de William Shirer entre 1930 y 1940 -y antes y después- las miserias actuales se antojan una broma. Pero cuidado, porque también entonces denunciaban y desacreditaban -ejecutaban civilmente- a quienes se perfilaban como catastrofistas.
Allí tuvo muchos años después su habitación favorita con balcón a la plaza principal, aquel pequeño clochard austríaco llamado Adolfo Hitler, que despreciaba los idiomas extranjeros y todos los problemas ajenos que no conociera por cuentos de cocina de los abuelos, del realismo mágico que eran las novelas de Karl May y los intereses inmediatos de aquel mundillo diminuto y práctico en el que, le habían inoculado la sapiencia, sabría ganar hundiendo a todo competidor en el campo de las miserias que por supuesto era en el que más dotado estaba.
Goethe no sabía nada del terror que habrían de llegar a Buchenwald, aquel romántico bosque de hayas donde suenan algunos de esos rugidos capitales de la cultura occidental que son irreversibles. Hace sesenta años los humos y las cenizas innombrables se posaban en campos y hojarasca. No se trata ya de elegir entre el desorden y la injusticia. Ni entre dignidad y oportunidad. Se trata probablemente de aguantar, recordar Weimar, detestar Kuntsevo, y no perder el respeto a uno mismo hasta que todo haya pasado.

EL RELOJ DEL ZAR

Por HERMANN TERTSCH
El País  Martes, 24.10.06

COLUMNA

Nada épica ni ejemplar la escenificación ofrecida en la localidad finlandesa de Lahti por los líderes de la Unión Europea cuando se trata de hablar con alguien que se considera muy hombre, de los de antes, de sala de banderas de oficiales chequistas, cuando las medallas al mayor seductor no exigían la voluntariedad de la conquista femenina y aún se nutrían de la gran orgía de violaciones del Ejército rojo en la Alemania ocupada. Las fotografías de Lahti son ciertamente embarazosas: una asamblea de gallinas cluecas sonrientes y algo aturdidas posan en torno a un invitado que no parece otra cosa que el jefe. Vladímir Putin. En algunas imágenes, el zar de los ojos de rodaballo echa su gélida mirada al reloj, como quien pierde la paciencia con una tropa despistada. Le han tratado muchos años como si fuera uno más y él acude a Finlandia a dejarles claro que ha llegado el momento de demostrarles que él es otra cosa. El zar es cortés, pero considera que ya le puede rezumar el desprecio en palabras y gestos.
Atrás han quedado una vez más los tiempos en los que el Kremlin decía querer aprender a civilizarse con costumbres occidentales. Después de hundirse la gran casa del crimen que era la Unión Soviética, se trataba de buscar hábitos democráticos aplicables y un poquito de estado de derecho, por ejemplo, que generaran cierta sintonía con Occidente. No puede descartarse que, en una situación internacional distinta, de mayor cohesión de las democracias y necesidad general de ayuda por parte de Moscú, estos sueños hubieran podido cuajar en algo más que un sarcasmo. Pero no ha sido así, como no lo fue antes. Los zares Pedro y Catalina ya se resignaron ante la certeza de que importar el concepto de ciudadanía era ridículo, caro y peligroso. Putin jamás pensó en ello. Por Mijaíl Gorbachov y Borís Yeltsin sólo muestra desprecio ya sea por diferentes razones. Él siempre ha sabido poner orden, siempre rodeado de sicarios, nunca de socios, independientemente de donde se hallara en el escalafón. Quienes se han resistido en el interior, desde la política o el dinero, están marginados, presos, muertos, exiliados o integrados en su equipo.
Tiene Rusia a sus pies a los países vecinos atemorizados y a los estados europeos en general con tales ansias de ganarse sus favores que todos albergan tentaciones de acuerdos, contratos y amistades por separado. La bilateralidad absoluta entre Moscú y Berlín en su política energética, decidida por el anterior Gobierno alemán, dirigido por el hoy empleado de Putin, el ex canciller Gerhard Schröder, creó una fisura en la política europea de consecuencias incalculables. Desde entonces, el desprecio de Moscú hacía los países compradores, compañías explotadoras, acuerdos, contratos, licencias de explotación y seguridad jurídica en general, es manifiesto. Putin ha hecho saber que hará lo que le dé la gana. Desde luego no firmará un acuerdo general de energía que le comprometa y se reirá de los europeos cada vez que éstos le vengan con monsergas sobre los derechos humanos. En la tradición soviética, cuando le hablen de derechos humanos, él lo hará sobre indios en América, la mafia siciliana, la alcaldesa de Marbella o las violaciones, presuntas pero "envidiables", del presidente de Israel.
"Imagínense al imperio Habsburgo dividido en muchas repúblicas menores y mayores. ¡Qué maravillosa base para una monarquía universal de Rusia!" Estas palabras del gran historiador checo Frantisek Palacky en 1848, son la cita con la que abre también el historiador Tony Judt el capítulo sobre la Guerra Fría de su inmensa Historia de Europa (Postguerra, Taurus 2006). La monarquía rusa ha vuelto. Como entonces, la división de Europa es su objetivo y baza principal. Putin ya goza del prestigio que confiere el éxito. En 1945, con el prestigio de la victoria, Stalin encargó a Eisenstein su película sobre Iván el Terrible para reivindicar la lucha sin piedad por la supremacía rusa. Putin homenajea a Stalin a diario con una política que divide y humilla a los europeos.